Hanns conoció el infierno en este mundo ahora rescata almas de ese infierno llevando esperanza.
Hanns Myhulots
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El Padre Nuestro del drogadicto
Hola, yo soy Geraldo, y para mis amigos siempre fui el Geras, tengo 22 años, escapado de ultima hora de las drogas, de una forma que aún no me explico, a no ser por lo que voy a decir.
Yo había oído el mundo de las drogas, pero lo consideraba cosa de otro mundo, sabía como día a día, se precipita en ese mundo vertiginosamente un número cada día más grande de gente. Yo mismo había pasado por entre grupos de chavos que tirados como hojas secas de los árboles, se encontraban en grupos con jeringa en mano varios de ellos. Nunca me dieron tentación y sí muchas veces me causaban lástima.
Sentía que todos esos jóvenes ahí postrados, se engancharon a la droga, embobados por la alucinación de la curiosidad. Todos habían cedido ante el deseo de experimentar sensaciones nuevas. Y la mayoría iniciaron por poca cosa... algo "sin importancia" -como muchos creen-. "Al fin y al cabo, -ellos mismos afirmaban, fumarse un par de cigarrillos bien gruesos, de vez en cuando es totalmente inofensivo...". "Además -añadían muy seguros de sí mismos-, lo puedo dejar en cuanto yo quiera", y sin embargo ahora estaban encadenados de por vida.
Yo no sé cómo yo mismo que tanto los criticaba, caí tan fácil en la trampa. Quizá fue por no sentirme menos hombre que mis compañeros que todos fumaban lo mismo, o por simple curiosidad. Pero no paró todo en cigarrillos, poco tiempo después la heroína llegó a ser tan vital para mí como mi propia existencia. Cuando comencé a tratar de vivir sin ella, me ocurrían cosas terribles. Me ponía muy nervioso y no paraba ni un instante de tiritar. Me asaltaban continuas tandas de frío y luego de calor. Vomitaba durante horas hasta no expulsar más que sangre.
Los calambres me recorrían el cuerpo por las piernas y la espalda y me hacían rodar por el suelo a causa del dolor. Me subía y bajaba el ritmo respiratorio, la presión y la temperatura. También tenía repentinas contracciones musculares, diarrea, me ardían los ojos... Te prometo que quería morirme...". Y el sudor que emanaba de mi cuerpo era lo bastante abundante como para empapar la ropa de la cama y el colchón.
Sucio, sin afeitar, despeinado, embadurnado con mis propios vómitos y excrementos, yo presentaba en esos momentos un aspecto casi infrahumano. Sin comer y sin beber, adelgazaba rápidamente. La debilidad en la que me veía abatido me llevaba incluso a casi no poder levantar la cabeza.
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