viernes, 1 de agosto de 2008

Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí

El Padre Justo Antonio Lofeudo durante el 49 Congreso Eucarístico en Quebec Canada, nos presenta su experiencia y su testimonio en la misión de abir las Capillas de Adoración Eucarística Perpetua que se han inaugurado con la intervención y auxilio del Espíritu Santo en diversas partes del mundo y como esas comunidades parroquiales se han transformado.

Parte 1


Parte 2



Por: Ramón Aguiló SJ (autorescatolicos.org)

El mundo está viviendo unas experiencias excepcionales durante los días que todos llamamos de la Semana Santa. El Universo se viste de tristeza y de alegría mirando hacia un hombre que murió y resucitó hace más de dos mil años. Fue levantado sobre la tierra. Y cada año, muchos todos los días del año, miran hacia Él porque en Él encuentran la respuesta a sus interrogantes, a sus inquietudes, a sus tristezas y alegrías.

Jesucristo conocía perfectamente lo que le iba a suceder en Jerusalén, la Capital del pueblo judío, en la que se levantaba el Templo dedicado a Yahvé. Él sabía que iba a ser detenido por los militares romanos, a quienes un beso del apóstol traidor iba a señalar. Él sabía que sería azotado y coronado de espinas, y que sería negado por el hombre pescador, a quien Él había puesto como piedra fundamental de su Iglesia, Cefas, Pedro. Él presentía los gritos de las multitudes que iban a pedir y exigir que fuera crucificado. Y se veía elevado sobre el Calvario en una Cruz, entre dos delincuentes, ante la mirada llorosa de su Madre, María, y de unas pocas mujeres, acompañadas por Juan, el Apóstol siempre fiel. También experimentaba la soledad de un sepulcro que nadie había usado hasta entonces. Y la alegría que bullía en una mujeres que encontraron el sepulcro vacía y habían recibido de unos ángeles que Él había resucitado, y que ya estaba allí. Lo verían los Apóstoles, y lo aplaudirían y experimentarían la alegría de verle como vencedor de la muerte y del pecado.

Nosotros estamos reviviendo todo aquello que vivió Jesús, cuando lo vemos levantado sobre la tierra. Y esto nos recuerda lo que sucedió en tiempos de Moisés, cuando los israelitas viajaban en el desierto polvoriento y triste, huyendo del Egipto que los esclavizaba. Ellos se quejaron repetidas veces de los dolores de un desierto que no les ofrecía más que hambre y angustia. Y por ello, añoraban el pan y la carne de los señores que les ordenaban el austero trabajo. Dios los castigó enviándoles unas serpientes venenosas. Pero Moisés intervino y oró insistentemente, como lo había hecho otras veces, para que Dios perdonara a su pueblo. Y lo consiguió. Dios le dijo que construyera una serpiente y la levantara ante el pueblo para que los heridos y envenenados por las serpientes reales, la miraran y quedaran curados. Y así lo hizo Moisés.

Y Jesucristo recuerda aquellas miradas de los dolientes peregrinos sobre la serpiente de bronce, en busca de la curación, para comunicar a sus seguidores cristianos la curación y la salvación que recibirían al verlo crucificado y resucitado de entre los muertos.

Dijo Jesús: “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”. O como dice más explícitamente el Breviario Romano: “Lo mismo que fue elevada la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre”.

Ahora las multitudes de todos los pueblos, durante los emotivos días de la Semana Santa, se reúnen en las calles, plazas y templos de las ciudades y pueblos de todas las naciones para contemplar al Crucificado y experimentar la alegría de su resurrección gloriosa y de su encuentra con su Madre, María. Es muy hermoso y profundamente impresionante este mundo de la Semana Santa que procura vivir como no vive durante el resto del año. Ahora llora, identificado con Jesucristo moribundo, cuando en otro tiempo procura divertirse, gozar lo más posible y alargar su vida como un pagano.

Sin embargo, esta visión luminosa y cristiana es solamente una parte de la realidad actual. Porque la otra es un conjunto de lágrimas, cadáveres, destrucciones, ejércitos, bombas, aviones, metrallas, bombarderos, cazas, mísiles, armas de destrucción, que, algunas veces, llegan a ser de destrucción masiva.

Los medios de comunicación nos lo dicen, nos lo gritan, con todos los ruidos, escandalosos, destructores, terribles. Conquistan, matan a millares de seres humanos. A veces es el cuchillo casero que se convierte en un arma letal, para desparramar las lágrimas en el propio hogar que debía ser un refugio para la paz y para el amor incondicional.

Otras veces son los spray de todos los colores que escriben sus amenazas sobre las paredes y las calles de los edificios enemigos. Una veces todos estos estruendos y todas estas agitaciones y violencias proyectan unas ideologías adversas que quieren conquistar el poder a través de las armas y de la muerte.

Nuestro mundo es un mundo de guerras. La historia nos lo cuenta, nos lo narra con todo detalle. Guerras civiles, Guerras mundiales, Guerras en las colonias, Guerras entre partidos y dictadores.

Muertes. Sangre. Destrucciones. Escombros. Cráteres. ¿Es éste el mundo que Jesucristo quiere?. Jesucristo murió para construir un universo pacífico, para que todos le miraran, elevado sobre la tierra, muriendo por todos, crucificado, y resucitado ante un sepulcro vacío, para comunicar a todos la Vida. Lo dijo claramente: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. El que crea en Mí no morirá para siempre.”